En 1961 la escritora Jane Jacobs publicó un libro llamado “The Death and Life of Great American Cities“. Se trata de una obra sobre urbanismo escrita por una no-especialista donde se critican con acidez, pero también con datos y mucho sentido común, los dogmas sobre los cuáles se desarrollaron las grandes ciudades americanas durante el siglo XX. Pero quizás lo más interesante del libro es que Jacobs no se limitó a señalar lo que no funcionaba, sino que propuso muchas estrategias para mejorar barrios y ciudades y hacerlos más seguros, habitables y excitantes. Aunque el libro está claramente enfocado hacia el caso estadounidense, sorprende ver cómo muchas de sus observaciones siguen siendo vigentes más de cincuenta años después en muchas otras ciudades del mundo.
En su modelo de ciudad ideal Jacobs se basó mucho en el barrio de Greenwich Village, en Nueva York, donde vivía en la época. Resumiendo mucho, la clave para que una ciudad funcione está en la heterogeneidad. Todo tiene que coexistir: locales comerciales con residenciales, edificios viejos con nuevos, gente de todas las clases sociales y edades. Y tiene que haber un flujo constante de personas que disfrutan de la ciudad a distintas horas del día. Esto permite ocupar el espacio público, aumentar la seguridad, evitar burbujas inmobiliarias y fomentar un clima de tolerancia y respeto.
Hoy en día resulta difícil encontrar sitios así. Los barrios más interesantes suelen ser víctimas de su propio éxito y acabar consumidos por la gentrificación y la especulación. Y si hay un lugar del mundo donde definitivamente NO esperaría encontrar un sitio así es en São Paulo, una ciudad donde el coche campa a sus anchas, las personas con dinero se encierran en urbanizaciones y donde el espacio público está tan maltratado. Y sin embargo, como cantaba Di André, “dai diamante non nasce niente, dal letame nascono i fior” [de los diamantes no crece nada, del estiércol crecen las flores]. Bienvenidos a Santa Cecilia.
Santa Cecilia es un barrio localizado en la zona central de la ciudad. Fue el lugar escogido por gente adinerada y empresarios del café para instalar sus espaciosas casas y mansiones a comienzos del siglo XX. Con los años aparecieron también algunos edificios de apartamentos y comercios, pero a partir de la década de los 70 mucha gente fue dejando el centro y trasladando sus oficinas y negocios hacia la zona de la Avenida Paulista. Por esa época se construyó también el Minhocão, ese horrible scalextric que corta la ciudad y que contribuyó significativamente a la degeneración de los barrios adyacentes, incluída parte de Santa Cecilia. Sin embargo, el desinterés de las clases más pudientes ha permitido que Santa Cecilia haya ido desarrollándose despacito y silenciosamente hasta convertirse en un lugar muy especial. Limita al norte con la Avenida São João, al este con la praça da República, al oeste con el barrio judío de Higienópolis y Perdizes y al sur con el barrio de Consolação y la Avenida Paulista.
En Santa Cecilia uno puede hacer de todo sin salir del barrio. Hay peluquerías, reparadores de electrodomésticos, carnicerías, panaderías, colegios, guaderías, bares, tiendas de libros y discos de segunda mano, restaurantes, gimnasios e incluso un hospital con un edificio muy bonito y antiguo (la Santa Casa).
El centro neurálgico del barrio está en el Largo de Santa Cecilia, que tiene una agradable iglesia. Hay también una boca de metro (todo un lujo en aquí) que hace que el barrio esté bien comunicado con el resto de la ciudad. Por detrás de la iglesia hay tres o cuatro bares que extienden sus terrazas en una pequeña placita. Todos los viernes por la nocohe y el último sábado del mes por la tarde, se conectan unos altavoces y unos micrófonos y una roda de samba ameniza el ambiente. La gente canta, baila y bebe litros y litros de cerveza.
Los domingos se monta al lado del Largo una feria de comida. Es el mejor sitio para comprar frutas, verdura, carne y pescado de calidad. Los vendedores gritan y el aire se llena de colores, olores y sabores. Hay frutas exóticas, puestos enormes donde se venden hasta cinco o seis variedades diferentes de plátanos y también los clásicos puestos de “pastel da feira” y caldo de caña de azúcar.
No lejos del mercado hay una calle muy interesante que merece un apartado propio. Se llama “Canuto do Val”, aunque se conoce como “Calçada da fama” y sus aceras tienen dibujos de estrellas como en Hollywood. Uno de sus lados está ocupado casi en su totalidad por bares: empieza en una esquina con la Casa de los Artistas, que tiene en su pared las fotos de grandes artistas brasileños (aunque dudo mucho que alguno de ellos haya tocado allí) mezcladas con otros “artistas” menos musicales, como Ayrton Senna o el futbolista Sócrates. Luego están el Tudo com Banana, el Coconut, el Siga la Vaca, el Bar do Nelson y el Frango com Tudo. Al final de la manzana hay una tienda de ropa bastante hortera. La peculiaridad de esta calle es que todos estos establecimientos pertenecen a la misma dueña, Lilian Gonçalves, a quien nosotros llamamos cariñosamente, “La baronesa”. A la baronesa es fácil reconocerla, entre otras cosas porque su foto está en la primera página de los menús de sus bares. Es alta, rubia de bote, viste llamativamente y suele pasearse por la Calçada saludando a quien la mire como si fuera famosa. Conduce un Jaguar con pegatinas de sus bares que aparca en la acera de enfrente. Una imprescindible descripción de la Baronesa en su página web la retrata como Reina de la Noche Paulistana en los 80, actriz en nueve largometrajes, escritora de dos libros, directora de nueve programas de televisión, inventora de la las terrazas de los bares (!) y de la “comanda individual” (un papelito donde a cada comensal se le marca lo que consume para poder pagar individualmente), además de, por supuesto, guapa. También informan que ha sido objeto de muchas canciones y que existe una mini-serie televisiva sobre su vida.
A pesar de lo estrafalario del personaje hay que reconocer que la mujer tiene peso en el barrio, ya que da trabajo a un montón de gente (aunque teniendo en cuenta que el servicio es pésimo, no les debe pagar demasiado bien), consigue que haya siempre policía vigilando (ella dice en su web que es “la calle más segura y divertida de SP”) y además la manzana tiene unas aceras anchas que son la alegría de los que paseamos con carritos de bebé.
Un par de bloques después se encuentra una de mis calles favoritas de São Paulo: Barão de Tatuí. Además de tener unas casas antiguas muy bonitas, hay varios bares de viejos, tiendas de antigüedades y buenos restaurantes. Uno de ellos, el Sotero, sirve una excelente comida nordestina y es relativamente famoso en la ciudad. Justo en frente se puede ver un puesto de periódicos reformado (la Banca Tatuí) que vende fanzines y publicaciones independientes. A pocos metros hay otro local interesante llamado Conceição Discos. No queda muy claro si es una tienda de discos de vinilo con cafetería o una cafetería donde se venden discos de vinilo. El ambiente es de gente modernita y se sirven cañas de cerveza artesanal. Al final de la calle hay una bonita iglesia que pertenece a la orden de los Claretianos.
Hacia la zona de Consolação hay una universidad privada bastante prestigiosa, la Universidade Presbiteriana Mackenzie. La calle desde la que se accede a ella está llena de bares y todas las tardes la chavalería se junta para beber cerveza y fumar maconha. Y en los alrededores se encuentra un SESC, un centro comunitario donde uno puede hacer cualquier cosa, desde darse un chapuzón en una piscina a escuchar un concierto o recibir clases de pintura. Algún día escribiré más a fondo sobre los SESC porque, a pesar de ser una iniciativa privada, son el principal foco de cultura del estado.
Y por supuesto, los sábados a partir de las 15:00 y los domingos durante todo el día, los habitantes de Santa Cecilia disfrutamos del cierre al tráfico de vehículos motorizados del Minhocão y aprovechamos para tener durante algunas horas un enorme espacio público para pasear, pedalear y tomar un açaí na tigela o un agua de coco.
No me extiendo más, supongo que los que hayáis llegado hasta aquí habréis entendido mi entusiasmo y prefiero acabar a tiempo antes de resultar pesado. Además, mejor que no se corra demasiado a la voz, no sea que a unos cuantos se les ocurra hacer dinero fácil y se carguen el barrio. Pero mi consejo es que si la vida alguna vez os lleva a São Paulo, no os dejéis asustar por la fama de la ciudad y acercaros a Santa Cecilia. Veréis que otra vida es posible incluso donde uno menos se la espera.