El fantasma matemático

sabato

Hablando con Isa he recordado este fragmento de “Hombres y engranajes“, del genial Ernesto Sábato. Lo leí en el instituto, estimulado por el profesor de Filosofía, y marcó para siempre mi forma de ver la ciencia y estudiarla. Sábato no sólo fue uno de los mayores escritores del siglo XX, sino también un gran intelectual, un físico que hizo investigación, escribió y pintó, y que durante toda su vida discurrió sobre filosofía, literatura y la realidad social de su país Argentina, y del mundo en general. Tuve la suerte de verle y escucharle en Madrid, cuando el Círculo de Bellas Artes le concedió la Medalla de Oro en 2002. Con la Sala de Columnas repleta hasta arriba, mi amigo Floren y yo nos quedamos de pie cerca de la puerta. Cuando Sábato, que entonces contaba con 91 años, apareció y vió lo llena que estaba la sala nos miró sorprendido y nos dijo en voz baja y tono humilde: “¡Pero bueno, si yo sólo he venido a hablar!”. Años más tarde, cuando estuve en Buenos Aires, hice que Erika me llevase al parque Lezama, donde Martín, el personaje de su novela “Sobre héroes y tumbas” se recluía a cavilar rodeado de estatuas. Oí decir muchas veces que solía recibir a lectores anónimos en su casa de Santos Lugares, en la provincia de Buenos Aires, donde vivió casi recluído desde 2005, cuando su salud ya no le permitía viajar. Durante años abrí los periódicos siempre con miedo a encontrarme la noticia de su fallecimiento. Y en 2011, cuando muchos ya pensábamos que nunca se moriría, me enteré en un hotel de Málaga de que nos había dejado. Murió dos meses antes de cumplir 100 años.

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EL FANTASMA MATEMÁTICO

Frente a la infinita riqueza del mundo material, los fundadores de la ciencia positiva seleccionaron los atributos cuantificables: la masa, el peso, la forma geométrica, la posición, la velocidad. Y llegaron al convencimiento de que “la naturaleza está escrita en caracteres matemáticos”, cuando lo que estaba escrito en caracteres matemáticos no era la naturaleza, sino… la estructura matemática de la naturaleza. Perogrullada tan ingeniosa como la de afirmar que el esqueleto de los animales tiene siempre caracteres esqueléticos. No era pues, la infinitamente rica naturaleza la que expresaban esos cientistas con el lenguaje matemático, sino apenas su fantasma pitagórico. Lo que conocíamos así de la realidad era más o menos como lo que un habitante de París puede llegar a conocer de Buenos Aires examinando su guía, su cartografía y su guía telefónica; o, más exactamente, lo que un sordo de nacimiento puede intuir de una sonata examinando su partitura. La raíz de esta falacia reside en que nuestra civilización está dominada por la cantidad y ha terminado por parecemos que lo único real es lo cuantificable, siendo lo demás pura y engañosa ilusión de nuestros sentidos.

Un ejemplo típico de este proceso mental lo constituye el Principio de Inercia, intuido por Leonardo y descubierto —¿o inventado?— por Galileo. Si se arroja una bolita sobre una mesa horizontal, con cierto impulso, la bolita se mueve durante cierto tiempo, hasta detenerse a causa del roce. Galileo concluye: en una mesa infinitamente extensa y pulida, desprovista de roce, el movimiento perduraría por toda la eternidad.

Esta es una muestra de cómo los cientistas son capaces de entregarse a la imaginación más desenfrenada en lugar de atenerse, como pretenden, a los hechos. Los hechos indican, modestamente, que el movimiento de la esferita cesa, tarde o temprano. Pero el dentista no se arredra y declara que esta detención se debe a la desagradable tendencia de la naturaleza a no ser platónica.

Pero como la ley matemática confiere poder, y como el hombre tiende a confundir la verdad con el poder, todos creyeron que los matemáticos tenían la clave de la realidad. Y los adoraron. Tanto más cuanto menos los entendieron. El poeta nos dice:

El aire el huerto orea

y ofrece mil olores al sentido;

los árboles menea

con un manso ruido

que del oro y del cetro pone olvido.

Pero el Análisis Científico es deprimente: como los hombres que ingresan en una penitenciaría, las sensaciones se convierten en números: el verde de los árboles ocupa una banda del espectro luminoso en torno de las cinco mil unidades Angström; el manso ruido es captado por micrófonos y descompuesto en un conjunto de ondas caracterizadas por un número; en cuanto al olvido del oro y del cetro, queda fuera de la jurisdicción de la ciencia, porque no es susceptible de convertirse en números. El mundo de la ciencia ignora los valores. Un geómetra que rechazara el teorema de Pitágoras por considerarlo perverso tendría más probabilidades de ser admitido en un manicomio que en un congreso de matemáticos. Tampoco tiene sentido científico un frase como: “Tengo fe en el principio de conservación de la energía”. Muchos cientistas hacen afirmaciones de este género, pero se debe a que construyen la ciencia como simples hombres, con sus sentimientos y pasiones, no como cientistas puros.

En la elaboración de la ciencia el hombre opera con esa intrincada mezcla de ideas puras, sentimientos y prejuicios que caracteriza su condición; investiga acicateado por manías de grandeza, por preconceptos éticos o estéticos, por empecinamiento o por ese vanidoso amor a sí mismo que suele llamarse Amor a la Humanidad. Pero aunque los sentimientos o los juicios de valor intervengan en la elaboración de la ciencia, nada tienen que hacer con la ciencia hecha. Giordano Bruno fue quemado por emitir exaltadas frases en favor de la infinitud del Universo, y es explicable que haya sufrido el suplicio en tanto que poeta; sería penoso que haya creído sufrirlo en su condición de hombre de ciencia, porque en tal caso habría muerto por una frase fuera de lugar. La muerte de Bruno pertenece a la Historia de las Persecuciones y hasta a la Historia de la Ciencia; jamás a la ciencia misma.

De este modo el mundo de los árboles, de las bestias y las flores, de los hombres y sus pasiones, se fue convirtiendo en un helado conjunto de sinusoides, logaritmos, letras griegas, triángulos y ondas de probabilidad. Y lo que es peor: nada más que en eso. Cualquier cientista consecuente se negará a hacer consideraciones sobre lo que podría haber más allá de la estructura matemática: si lo hace, deja de ser hombre de ciencia en ese mismo instante, para convertirse en religioso, metafísico o poeta. La ciencia estricta —la ciencia matematizable— es ajena a todo lo que es más valioso para el ser humano: sus emociones, sus sentimientos, sus vivencias de arte o de justicia, sus angustias metafísicas. Si el mundo matematizable fuera el único verdadero, no sólo sería ilusorio un castillo soñado, con sus damas y juglares: también lo serían los paisajes de la vigilia, la belleza de un lied de Schubert, el amor. O por lo menos sería ilusorio lo que en ellos nos emociona.

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6 Responses to El fantasma matemático

  1. juanibiris2 says:

    Muy interesante recordad que la matemática ha sido inventada para tratar de medir y de entender el universo, pero que al final no ofrece más que una medida indirecta e interpretada que is infinitamente menos que el todo de la realidad que se observa. Puede que todo esto te venga por trabajar siempre en el límite de la ciencia, ¿no? En mis máquinas, donde toda la ciencia ya esta inventada, al final lo mas importante para mi es cuantos tornillos lleva y cuanto pesa cada uno… Y la curva tensión-deformación del tornillo cuando rompe a tracción. jeje.

    Me apunto estos dos libros.

    Abrazo

    • Bradomin says:

      Sí, el problema creo que es que muchas veces nos olvidamos de esa perspectiva. Y como la ciencia y la tecnología ejercen tanto poder sobre nuestra sociedad, llegamos a pensar que simplemente con esas herramientas podemos describirlo todo, y que los detalles que no se pueden parametrizar no tienen valor.

      Un fuerte abrazo, Juan, ¡y cuidado con los tornillos!

      2014-08-18 13:32 GMT-03:00 Atresillando – El blog del Sr. Tresillo :

      >

  2. juanibiris2 says:

    donde dice recordad, poned recordar

  3. Raúl says:

    Fantástico Sábato! Muchas gracias por darme a conocer ‘Hombres y engranajes’, lo leeré. Entiendo que la matematización de la Ciencia, junto a la aparición del Método, es uno de los elementos que pone fin a la Ciencia antigua, donde la Lógica y, en general, la Filosofía constituyeron el gran Paradigma hasta los siglos XVI-XVII. Sin embargo siempre me ha parecido un error el separar completamente a la Ciencia de la Filosofía, como si fueran compartimentos estancos, como si fueran disciplinas que han regalado, cuando en realidad forman parte del mismo tronco. Una entrada muy interesante. Por cierto, dónde comienza exactamente el texto de Sábato? Un abrazo

    • Raúl says:

      Donde dice regalado he querido decir regañado…

    • Bradomin says:

      Tienes razón, voy a adaptar un poco el post para que quede claro donde empieza el texto de Sábato y donde acaba el mío.

      Ciencia y filosofía son parte de los mismo, efectivamente estoy de acuerdo contigo. Pero esto no es tan obvio para mucha gente. Hay incluso quien cree que con el desarrollo de la ciencia ya no hace falta la filosofía (!).

      Un abrazo.

      2014-08-19 7:31 GMT-03:00 Atresillando – El blog del Sr. Tresillo :

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